Roca City: cuando el ladrillo sustituye la memoria | Por Adolfo Carballo

La ciudad se reinventa sobre sus propias ruinas. En “Roca City: cuando el ladrillo sustituye la memoria”, Adolfo Carballo indaga en la paradoja de un progreso que borra sus huellas. Entre la nostalgia obrera y la retórica urbanística, el autor cuestiona qué queda de la identidad colectiva cuando los planos sustituyen a las sirenas de fábrica. Publicamos este artículo en el marco del compromiso de ALCALÁ HOY con el pensamiento libre, la diversidad de voces y el debate plural.

De la protesta al bulevar: dos tiempos de una ciudad. Fotocomposición de Pedro Enrique Andarelli
  • Adolfo Carballo evoca el pulso perdido de la fábrica Roca y la metamorfosis urbana que convierte la memoria en arquitectura del porvenir.

  • Adolfo Carballo  se define como ciudadano del mundo. Activista de derechos humanos. Cuestiono lo evidente, exploro los mundos que llevo dentro y busco que cada pensamiento y acción tengan sentido propio. Como decía Voltaire: “El sentido común es el menos común de los sentidos”.

El anuncio llegó como llegan las noticias que ya se intuían: sin sorpresa, pero con un leve temblor. Los terrenos de Roca han sido finalmente recalificados como suelo urbanizable. La alcaldesa Judith Piquet lo comunicó en solitario, adjudicándose el mérito de una decisión que llevaba tiempo gestándose entre despachos y silencios. No hubo rueda de prensa ni acompañamiento institucional: solo una comparecencia breve, un gesto de satisfacción y la promesa de “un nuevo horizonte para la ciudad”. Pero esa frase, tan impecable como vacía, dejaba tras de sí el eco de otra historia.

Porque Roca no fue solo una fábrica. Fue un símbolo, un eje, una forma de vida. En torno a sus muros se levantó una comunidad entera: un barrio que creció al calor del turno de noche, del silbido de los hornos y de las bicicletas que cada madrugada llegaban hasta la puerta gris. Hoy, ese universo obrero se disuelve entre planos, renders y discursos sobre sostenibilidad.

El proyecto.  El plan, bautizado como Roca City, fue presentado el año pasado por el jefe de Recursos Humanos de la empresa al comité de trabajadores. Desde entonces, los acuerdos se cerraron discretamente con los vecinos colindantes —el vivero y Transportes La Riojana— para cumplir una condición impuesta por el Ayuntamiento: que Roca adquiriera esos terrenos antes de la recalificación.

Entre el 7 y el 29 de noviembre, la compañía abrirá sus puertas para mostrar el proyecto. Será un gesto de transparencia tardía. El acceso se hará por la Vía Complutense, a través de la llamada “visera”, una entrada que no se abría desde hace más de treinta años. Los horarios ya están publicados: viernes de 10 a 14 y de 16 a 20 horas; sábados solo por la mañana. Una liturgia precisa para exhibir lo que ya está decidido.

El promotor será la propia Roca, aunque antaño aseguró que nunca entraría en el negocio de la construcción.

La operación forma parte de una estrategia más amplia de la compañía. En Gavà y Viladecans, Roca anunció recientemente una inversión de 250 millones de euros para crear un nuevo distrito económico y residencial entre ambos municipios, en los antiguos terrenos fabriles. Según la propia empresa, se trata de “una transformación urbana sostenible que combinará vivienda, actividad empresarial y espacios verdes” (fuente original: https://share.google/3QiplJlfauMxl6cof). Sin embargo, ese proyecto, iniciado en 2010, avanza con lentitud debido a la complejidad de gestionar una actuación conjunta entre dos municipios.

Las cifras impresionan. Los discursos se llenan de palabras como revitalización, eficiencia energética o modelo de convivencia. Pero tras la retórica del progreso asoma la paradoja: la fábrica que dio nombre y sustento al barrio se convertirá ahora en el argumento para su transformación.

El pasado.  En 1961, la Compañía Roca inauguró su complejo en la ciudad. Fue una apuesta audaz: levantar una planta industrial a pocos minutos del casco histórico. Aquel gesto, impensable hoy, cambió para siempre el paisaje.

Durante décadas, Roca sostuvo el pulso del municipio. Por sus naves pasaron generaciones enteras; se fundaron familias, se crearon peñas, asociaciones, corales. La ciudad respiraba al ritmo de la sirena de entrada. Hubo una época en que la palabra trabajo tenía un sonido metálico y un olor a gres caliente. Las manos curtidas de los operarios eran un emblema silencioso de dignidad.

Las calles del entorno —las mismas que ahora se anuncian como “zona de oportunidad”— nacieron para alojar a aquellos obreros. Allí se tejió una red humana que dio sentido al barrio. El complejo no era solo una fábrica: era una geografía moral. En sus talleres se aprendía el oficio y la paciencia, el compañerismo y el rumor. La modernidad entró en la ciudad por esa puerta gris.

El presente. Sesenta y cuatro años después, de aquel gigante industrial apenas queda una actividad mínima. Las chimeneas ya no humean; los muros, desconchados, custodian un silencio que pesa. Donde antes hubo ruido y vida, hoy solo quedan planos, promesas y maleza. A veces, un guardia de seguridad recorre los pasillos con linterna, como si vigilara los restos de un templo.

Los vecinos lo miran con una mezcla de nostalgia y resignación. Algunos aún recuerdan los nombres de los encargados, los olores del comedor, la música que sonaba en los vestuarios. Otros prefieren no mirar: sienten que la fábrica pertenece ya a otro tiempo, a una ciudad que se borra a sí misma.

Mientras tanto, el discurso oficial habla de futuro. Pero no hay proyecto urbanístico aprobado, solo una visión general: el espejismo de un porvenir todavía sin forma.

Y en ese vacío, las preguntas se acumulan. Este gobierno del PP y Vox, con su alcaldesa a la cabeza, ha pasado por completo de los trabajadores de Roca: no ha habido ni una reunión, ni un gesto de diálogo. ¿Qué futuro laboral espera entonces a la plantilla que aún resiste entre la incertidumbre y el silencio institucional? La fábrica se apaga, pero nadie parece dispuesto a escuchar a quienes sostienen su último pulso.

El futuro. Donde antes hubo hornos, ruido y empleo, habrá viviendas, escaparates y nombres nuevos. Calles con apellidos de arquitectos, plazas diseñadas con simetría perfecta, cafés de diseño donde antes se cambiaban los turnos.

La fábrica que durante décadas dio trabajo a miles se convertirá en una maqueta urbanística: ordenada, limpia, rentable… y, quizá, vacía de alma. Los defensores del plan aseguran que la ciudad “gana espacio”, que “recupera suelo para los ciudadanos”.

Pero la pregunta persiste: ¿qué ciudad es esa que gana terreno al precio de borrar su memoria? Cada ladrillo de Roca City será también un ladrillo sobre una historia compartida. No hay ruina más profunda que la del olvido disfrazado de progreso.

Epílogo. La alcaldesa se cuelga la medalla; la ciudad pierde un símbolo. Y mientras los planos del futuro se despliegan sobre las mesas, en algún rincón queda el eco de lo que fue: el turno de noche, el olor a gres caliente, la puerta gris que ya no se abrirá jamás.

Allí, donde el ladrillo sustituye la memoria, empieza otra ciudad. Una ciudad que aún no sabe quién es. Porque la tierra guarda lo que el ladrillo no puede contar.

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1 Comentario

  1. Nosotro no estamos interesados en salir de aqui, me refiero a agunos de los colindantes.
    Necesitamos ayuda de todo tipo pars defendernos del daño, que ya nos esta haciendo desde que hubo conocimiento del dichoso proyecto.

  2. Imagino que deberian dejarse los terrenos como están durante otros cien años más o, mejor aun, crear un museo del retrete.

    Son unos terrenos centricos y si, podria caber un museo, un auditorio, un parque y hasta un nuevo Ayuntamiento pero con todos los respetos hacia sus antiguos trabajadores, creo que lo mejor sería reflexionar, colaborar y decidir entre todos la forma de crear un nuevo barrio en el que puedan adquirir vkviendas todos, especialmente los que menos posibilidades tienen. Y eso deberia salir de un acuerdo RAZONABLE entre la empresa y nuestros representantes, TODOS.
    Por desgracia, ni unos ni otros cederán un milímetro en su concepción de como crear ese nuevo barrio, desde los de la vivienda pública y gratuita hasta los de La Moraleja 2. Ni uno de ellos se planteará lo mejor para todos los alcalainos; todos buscarán lo mejor para su partido. Ni siquiera serán capaces de reunirse a puerta cerrada, empresa incluida, sin luz ni taquígrafos, saliendo con una propuesta que les satisfaga a todos, sin protagonistas, sin siglas, sin cruces ni hoces, sin gaviotas ni puños, y con el nuevo hijo predilecto de Alcalá como su presentador a los ciudadanos.

  3. ¿Y a los mandamases de Roca no se les pudo ocurrir otro nombre?
    ¿Y el ayuntamiento complutense no pudo exigir un nombre alcalaíno como condición sine qua non?
    Vivimos en la cuna de Cervantes y van y ponen de nombre Roca City. Ya que estamos, podían haber puesto Rock City, así parecería más inglés. Ya, ya sé que Roca es un nombre y, como tal, hay que respetarlo, que no se me Sofoquen los Eurípedes, no sea que luego salgan Esquilados.
    Puestos a poner nombres originales, yo me apunto a Inodoro City, Bidé City, Grifo City, Cagadero City… En fin, una m… el nombre elegido.

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